Tuve que aprender a base de errores, confusiones y la desesperación de mis compañeros. Fue duro, pero muy efectivo. El primer día apenas nos entendíamos con gestos; seis meses después, ya hablaba francés a nivel profesional.
Y todo eso sin estudiar. Llegaba a casa con dolor de cabeza, y lo último que quería era ponerme a memorizar reglas gramaticales. Probé con algunas apps, pero no me servían: sentía que no me ayudaban en la vida real.
Con el tiempo entendí qué me habría ayudado de verdad: aprender a pronunciar bien desde el principio y practicar diálogos reales, de esos que usas cada día.
Así nació Francamente.